martes, 30 de diciembre de 2008

"Caga i menja", la dieta equilibrada de DALÍ

El excéntrico y genial pintor Salvador Dalí, en su libro (has leído bien, en su libro) Diez recetas de inmortalidad imagina un curioso sistema para que el ser humano se autoabastezca a sí mismo, mediante una cadena en que todos nos alimentamos en un perfecto orden (desde la perspectiva del genio catalán, claro).

«Desde mi más tierna infancia, probablemente hacia la edad de seis años, mucho antes de la masturbación, me interesaba mucho por el bien de la humanidad, y tenía sueños sociológicos para que todo el mundo fuera feliz. Me veía siempre aclamado en lo alto de los monumentos públicos por multitudes agradecidas y las lágrimas me llenaban los ojos al ver que les prestaba tan grandes servicios. Después, una vez vacilé ―la primera vez―, me dije: "La humanidad ya no me interesa". Y comencé a interesarme por mi propia bita y mis propios problemas sexuales; la humanidad pasó entonces de una gran estima por mí, a un desprecio casi total. Pero en la época en que aún amaba la humanidad, inventé lo que llamé "el sistema caga i menja", es decir, "el sistema caga y come".»
«He aquí , como le hubiera gustado a Stendhal, con detalles exactos: las Torres de la Inmortalidad ―cada ciudad debería eregir una―. estaban imaginadas según la Torre de Babel de Brueghel. Cada habitante que deseaba defecar lo hacía directamente y jerárquicamente sobre el habitante del piso inferior, que deseaba nutrirse. El ser humano, por unos métodos de perfeccionamiento espiritual y alimentario, producía una defecación semilíquida en todo comparable a la miel de las abejas. Los unos recibían en la boca la defecación de los otros y éstos la cagaban a su vez... Ello aseguraba, desde el punto de vista social, un equilibrio perfecto. Además todo el mundo se alimentaba sin necesidad de trabajar. No veía nada cómico en esta teoría y creía en ella firmemente. Pero cuando hablé con un estudiante de medicina, éste me dijo que los excrementos humanos, desprovistos de todas sus vitaminas, proteínas, etcétera, no tenían ningun valor nutritivo. Entonces abandoné mis sueños sobre la Torre de Babel de la Inmortalidad, la cual, a la inversa que la de la Biblia, no pretendía agujerear el cielo, sino encontrar la Inmortalidad en la tierra.»



lunes, 15 de diciembre de 2008

La frase de la semana

La única manera de vencer una tentación es sucumbir a ella.

Oscar Wilde

sábado, 13 de diciembre de 2008

Poesía, tapitas y tequilas

Seis y cuarto de la tarde. Suena el teléfono de Pepi y resulta ser Violeta, que ha quedado con ella un cuarto de hora después. Por fin una amiga de la Pepi es puntual, aunque es posible que sea una excepción que confirme la regla. Quedo encargado de dar los últimos retoques al piso, pues vamos a recibir visita. A las seis y media suena el portero, y son Estrella, Macu y la Chiqui, acompañada de una caja de langostinos bigotudos que agradezco a mi cuñada, quien humildemente me aclara que son cortesía de mamá Gil. Ahora sí que estoy sorprendido (no por la caja de langostinos, que también, sino sobretodo por la puntualidad de las niñas ―Mario me entenderá―): tenían que llegar antes de las siete y llegan media hora antes. Eso sí, Estrella me da dos besos y me dice:
― Juan, pon de merendar.
Yo acato y me pongo manos a la obra. La confianza da asco, desde luego. La merienda de Estrella se ve interrumpida por una llamada de Lola y al terminar recrimina a la Mary que se haya comido todo el chorizo, a lo que mi cuñada pequeña responde:
― ¡Ni que me lo hubiera comido yo todo!

Lo cierto es que tras sondearnos los unos a los otros parece que sí se lo había comido ella todo, pero no te preocupes Chiky que nosotros no te lo tenemos en cuenta. Bueno, Estrella por la cara que puso, a lo mejor sí.
Pedro, para más sorpresa, llega después de las siete. El mundo al revés.
Tras maquillajes varios, cómo me queda esto, préstame aquello que voy muy informal, conseguimos salir dirección a la calle Porvera, para asistir a mi primer eventito cultural jerezano, (como no podía ser menos, capitaneado por Don Pedro). Se trata de la recital de poesía/presentación del libro Los poemas del Rey David, de José Pérez Olivares, compañero de Pedro en la editorial Renacimiento.
Los poemas son una metáfora de las etapas de la vida de cualquier hombre, según nos cuentan, por lo que el Rey David vendríamos a ser cada uno de nosotros, con nuestro logros, errores, penas y alegrías. Tiene una fuerte carga bíblica, totalmente natural al haber elegido Pérez Olivares para contar las distintas fases de su vida al sabio de Israel.
Vuelvo a sentir el placer de escuchar a un poeta en un edificio de muros altos, con la vista puesta en la cúpula enpedrada y oyendo versos, uno detrás de otro, percibiendo cómo se pierden en la atmósfera que nace y muere en este tipo de lugares, que son empujados a la fuerza hacia la misma solemnidad de la Poesía.








Tras el recital, como se acostumbra en este tipo de actos, y tratándose de una tierra tan prolífica en producotos uvícolas, hay vinito de cortesía, a elegir entre oloroso, fino y algún otro que mi mente no se preocupó de retener. Frutos secos, patatas fritas y conversaciones de todo tipo, desde la mía, Pedro y el señor poeta, hasta otra más censurable que no andaba lejos de allí, protagonizada por Pepi y Violeta. Los rostros de Pedro, de la Chiky y de servidor empiezan a encenderse con el oloroso y poco a poco sentimos la necesidad de salir de allí para no quedar enterrados entre aquellos muros con las 12 botellas que restan por beberse, según nos dijeron.








Nos vamos a La Moderna (tras la parada de las más navideñas del grupo en el belén, con la Pepi retando al frío que le caracteriza), y no tenemos otra que colocarnos en dos sitios diferentes. Por un lado, el trío formado por Pepi, Pedro y yo; y por otro, Estrella, la Chiky y Macu. El bar está petadísimo, y nos disponemos a saborear los manjares jerezanos, vigilados de cerca por ese hombre ébrio al que nadie quería en su mesa. Lola y Ana se unen a la fiesta, y llega el momento de salir de allí y mover un poco los esqueletos.
A la salida me encuentro con Tamara, compañera de trabajo, lo que me hace pensar que estoy empezando a ser más de aquí, de Jerez, pues conocer a personas por la calle en una ciudad es síntoma inequívoco para que ese sitio se convierta en algo más que un lugar de paso.
Entre Bereber y La Thipica, sale ganando la de siempre, sin sospechar que me voy a encontrar con media plantilla de Qualytel, de cena de Navidad. De nuevo nos repartimos entre los vehículos disponibles, tres en este caso, y nos dirigimos a la Avenida a la que da nombre La faraona, (si me queréis, dirse) para entrar en La Thipica.
Llegamos por separado a remojar nuestros paladares y a brincar como cosacos, y aún se podía estar en la planta baja. Nos pedimos licores varios: cervezas unos, amareto otra, cubalibres otras y que siga la diversión noctámbula.

Estrella y Macu hicieron amigos y el resto andábamos contentos y felices con lo que teníamos a nuestro alrededor.

En ese momento Pedro y servidor nos desmarcamos y nos subimos a la planta de arriba, que estaba ocupada por mis antiguos compis de qualytel. Pedro mareaba a la camarara: que si ponme un amareto, que si no me lo pongas que después te lo pido. Vooooooooooooll Daaaaaaaaaaamm y vino a nuestro encuentro parte de la representación femenina: la Pepi, Violeta y la Chiky.

A Pedro y a mí nos divertía acompañar nuestras cervezas con el más cinéfilo grito vikingo: ¡Odiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin! y yo incluso sentía en mi interior los clamores de las trompetas corneadas.
Después se incorporó Lola y tuvimos que cerrar el círculo varias veces para espantar a los moscardones de la zona. Pedro y yo nos atrevimos con el tequila: primero la sal, luego el contenido del continente y por último el limoncito. El estilo de bailarín del Pedro pareció impresionar a la Pepi y las canciones de siempre nos hicieron disfrutar de lo lindo. ¡Chiquillaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Violeta protagonizó un encontronazo con uno de los moscardones citados, y aún está por determinar quien se llevó la peor parte del cabezazo. Al final Estrella levantó la bandera de retirada y nos fuimos todos por donde habíamos venido.
Ya en el piso, no podía faltar el picoteo presueño: quesito, chorizo, mortadela, y una cervecita para rematar la noche. Para que el final de la noche fuese tan bohemio como el principio, el Sr Gozalbes y el Sr Sánchez se fumaron la pipa de la paz para sellar una noche cuyos manjares habían sabido a el ansiado néctar de los mismísimos dioses del Olimpo.

















A esas alturas, Pedro se dejaba fotografiar dormido y esa fue la señal que necesitábamos para saber que teníamos todos que irnos a dormir (Pietro, tu sei molto gay).

Por la mañana, todavía había una dura prueba que superar: la comilona que teníamos preparada la Pepi y yo: pucherito con fideos, tapitas, langostinos y dos chuletas de cabeza con su cebolla y con sus ingredientes varios. Poco después, cafe con chocolate. Como era de esperar sobró, y ya empezaba a hacerse tarde, por lo que era más de esperar que el Pedro mostrara su cara de agobio de tengo que terminar 3 correcciones, recoger la bici, llamar por teléfono... Uno partió para Sevilla, otras para Paterna, no sin antes dejar ocupada una parte del piso con toallas o mantas en lo que era más que una amenaza de volver pronto. Pues cuando queráis, que tanto Pepi como yo agradecemos las visitas de nuestros queridos, lo cual es señal de que no estamos solos y que compartimos nuestra vida con todos vosotros.


























¡Hasta la próximaaaaaaa!

lunes, 8 de diciembre de 2008

La frase de la semana

¡Me habéis quitado la fortuna, la dicha, la libertad! Pero hay algo que nunca me podréis quitar: el miedo.

Pedro Múñoz Seca (justo antes de ser fusilado por un pelotón de las Milicias)

miércoles, 3 de diciembre de 2008

De noche por los jereles

Jerez, tierra de bodegas y caballos, de gomina y de señoritos. ¡Quién me lo iba a decir! Yo viviendo en Jerez. La otra noche hubo salida jerezana, en la que se incorporaron el Pedrito y la Chiqui.

Este principio no vale. Empezamos de nuevo.
La otra noche vinieron a visitarnos el Pedrito y la Mary, hermana de la Pepi... y además salimos en Jerez. Ahora sí podemos continuar.
Pedro llevaba un tiempo planeando esta visita, y a eso de las 7 de la tarde aterrizó en la tierra de Caballero Bonald y los Domecq, de los Delinqüentes y Bertín Osborne, de Kiko el del atleti y los niños de Burberry. En fin, que como en todos sitios, supongo, se encuentran los polos opuestos, sólo es cuestión de buscarlo.

Es por eso que se hacía obligada una visita a La Comedia, bareto canalla del que siempre me habían hablado. Pero no adelantemos acontecimientos.
Al llegar el señor Pedro, nos bebimos unas cervezas en los megavasos de la eurocopa, acompañados por el señor Al Capone. El Pedro ya venía un poco fullero de Sevilla, pues había estado de barbacoa, y desde muy pronto comenzó a dejar ver esa risa floja que él tiene cuando van subiendo los mg de alcohol en sangre. Vimos en el dvd de 24 € (ese mismo que lee hasta los apuntes y te hace un resumen) el video de la boda de su amigo y así pasamos las horas hasta la cena, y mientras Pepi iba a recoger a su hermana, los machitos preparábamos la pasta, esta vez con nata a elección de Pedro.
Como de costumbre, hicimos comida de más, y aún sobro más de lo previsto, pues a la Mary no le gustaba la nata, cosa que desconocía. Pedro sugirió que cuando llegásemos, más fulleros de lo que habíamos salido, habría que atacarle a la comida sobrante, sugerencia a la que me uní, como cabía esperar.




Salimos a buscar La Comedia, y no daba crédito cuando, al preguntar a un grupo de la tercera edad que charlaba tranquilamente en una plaza, supieron indicarlos. ¿Estaría abierto ya el tuburio en sus tiempos mozos? Ya con el coche aparcado, pasamos el bareto de largo sin saberlo, y al preguntar a una pandilla de niñas que nos cruzamos nos dijeron: vamos para allá, seguidnos. La Pepi aguantaba la risa, pues ya no cabía duda de que íbamos a ser los padres de todo el chavalerío. En fin, ya estaba hecho, así que nos entregamos a nuestro destino de comediantes por una noche.
Se trata de un bar localizado cerca de la Plaza de toros, junto a una bodega, no recuerdo cuál. Cuando cruzas la primera puerta, te adentras en un amplio patio con las plantitas cayendo, y a la hora en que llegamos (una de la madrugada aprox.) estaba desierto, pues el antro no se llena hasta las 2:30/3:00 de la madrugada.

















El patio está lleno de unas mesas de madera que le dan a uno ganas de sacar el taperwer con los filetes empanaos y la tortilla de papas, cual domingueros en el campo, y hay varias salas para bailar y un bar con su barra, sus carteles de grupos fulleros y sus firmas canallas en la pared, como apuntó cierto mierda al ver las fotos. Recuerdo que hace muchos años, cuando estuve en jerez con Antonio Gago, vi un cartel de un grupo que actuaba en La Comedia: Mamá Ladilla: "chanquete ha muerto chanquete ha muerto chaquete quete quete quete lala lara lala". Hay carteles de los escarabajos, la banda de la maría, y otros grupos canallas. Nos sentamos en las mesitas del bar el cuarteto formado por pepi, la mary el pedrito y servidor, y comenzamos a degustar licores de la noche acompañados por charla amena y por nuestro amigo Al Capone.
Serían las 2 de la mañana cuando un chaval con una gorra se acercó a pedirme prestado un mechero, diciendo:
―Préstame el mecherito, tronco, para encender el puesto.
-->
―¡Qué viejo estoy! ―pensé, pues nunca había oído llamar puesto a determinadas sustancias.

Nos fuimos un rato a bailar, y cuando pasamos por el patio, ya era otra cosa. El bar estaba lleno de pibitos con gorros cayendo a sus espaldas, y con la pretensión de comerse el mundo. Las pibitas, por otra parte, parecian pensar solamente en su víctima o víctimas de esa noche, según me contó Pepi por su estrecha vigilancia en el servicio, y nos metimos en la pista a dar unos bailoteos. La música de la pista era mucho más comercial que la de la barra, pero nos servía. Después de una horilla más o menos moviendo el esqueleto hicimos la visita al puesto de los perritos, nos bebimos la última y nos fuimos dirección Plaza de Grazalema. El Pedro intentó zafarse del plato de pasta, pero él ya sabe que con Juan no hay escapatoria, así que saque la botella de Soleá para acompañar, y terminamos sellando la velada con un reportaje fotográfico. Una noche distinta al fin, que por mi parte se agradece, pues hasta el momento sólo conocía de Jerez la Avenida de Lola Flores y el Bereber.

martes, 2 de diciembre de 2008

Colorless green ideas sleep furiously

"Las ideas verdes incoloras duermen furiosamente". Esta frase, que puede parecer idiota, incluso absurda, resulta que es uno de los grandes logros (junto con la teoría del innatismo del lenguaje) de la gramática generativa, apadrinada por el filólogo, político, filósofo... (y muchos ogos, icos y ofos más) Noam Chomsky. Es conocido, entre otras cosas, por ser uno de los pocos americanos cuya reacción al ocurrir el desastre del 11S fue muy distinta a la de otros compatriotas suyos, ya que Chomsky, condenando claramente el atentado, no dejó de comentar que en varios libros suyos advertía que el gigante EEUU (el país que primero te llama y después te asusta) terminaría pagando caro tantas atrocidades cometidas por todo el planeta.
Volviendo a la frase en cuestión, Chomsky y sus colegas generativos distinguen entre oraciones gramaticales y agramaticales, resultando estas últimas aquellas que tienen una estructura correcta de sujeto, verbo y complementos, pero cuyo significado no se acerca mucho a lo que llamamos sentido común. Ese sería el caso del ejemplo que encabeza esta entrada.
Recuerdo una anécdota: cierta noche, estudiando junto a mi amigo Carlos, ambos nos quedamos estupefactos al ver que un estudiante de informática y otro de filología estábamos estudiando una misma materia: los lenguajes formales de Chomsky. Incluso existen fórmulas para delimitar el grado de gramaticalidad de una oración, pues estos generativos intentan que la lingüística se acerque lo máximo posible a las llamadas ciencias empíricas. De toda esta corriente surgen títulos como "Lingua ex machina: la conciliación de las teorías de Darwin y Chomsky sobre el cerebro humano", de William H. Calvin y Derek Bickerton.
En fin, señores, ya no nos conformamos con afirmar que lingüística e informática o lingüística y genética son disciplinas limítrofes (de hecho existe la lingüística genética), sino que resulta que Chomsky y Darwin, de haberse conocido, trabajarían en el mismo departamento, debido a su cercanía profesional. Bromas aparte, parece que ese es de los caminos más atrayentes que puede seguir un filólogo actual, si pensáis en todo el tema de la robótica y la inteligencia artificial, donde es inevitable la mezcla explosiva entre lenguaje y ordenadores. De hecho, os recuerdo que también existe la lingüística computacional.

* Agradecimientos a mi colega matemático Nepo, que será seguro un lector crítico de este miniensayo, por haberme hecho recordar a Chomsky, cuyo estudio nos llenó de cierta complicidad en el aula de informática de la facultad de Filología.


lunes, 1 de diciembre de 2008

La frase de la semana









Picasso y yo somos los dos mejores pintores del mundo: Picasso, del arte egipcio, y yo del Modernismo.

Salvador Dalí


lunes, 24 de noviembre de 2008

La frase de la semana

Nunca olvido una cara, pero con usted haré una excepción.

Groucho Marx

martes, 18 de noviembre de 2008

Viaje canalla











Miércoles 12/11/2008

La mañana se muestra poblada de niebla, casi salida de un libro de Estéfano Rey, y me dirijo allá donde mi personalidad se hizo fuerte. Allí me voy a encontrar con el puerco más canalla que conozco para compartir con él unos días que tal vez me saquen de la rutina del desempleo. Pero antes, la recogida del título. Me vuelvo a sentir importante y recojo un autógrafo del rey sin esperar colas. Elijo a Don Álvaro para oficializar el evento y realizamos la visita obligada al templo del San Fernando, con los oficiales Gregorio y Luis al frente.
Ahora sí, llega el momento esperado y dos mierdas se encuentran cerca de Plaza de Armas, con los petates listos para cazallear en Canalla de la Sierra. Unos 80 Km nos separan de nuestro destino, y tras unas curvas serpenteantes en una carretera que alguien que no conoce los carriles asfaltados de la Comarca de la Janda considera como malas, llegamos a la sierra norte por un itinerario que nos obliga a atravesar La Rinconada y El Pedroso. Al llegar al pueblo Rafa pega el catazo en casa de Adolfo, hacemos unas tímidas compritas en el Covirán y entonces sí, provistos de una garrafita de vino y chorizo y morcilla del tiempo, nos dirigimos a la finca, donde ya nos han confirmado que se encuentra nuestro anfitrión.
Sin mucho trabajo, ayudados por la memoria de Rafa, tomamos el desvío del Km 9 y nos adentramos en los carriles que nos llevarán a la finca. El mierda que hace de copiloto parece expectante de ver la cara que se le va a quedar al mierda que maneja el volante, y no es para menos, pues el paraje donde aterrizamos se muestra como el Rohan andaluz. La casa está vacía y el run run de la motosierra nos da la pista de dónde puede encontrarse Adolfo, peleándose con la leña. Bajamos a la casa y nos disponemos a degustar una seta de la tierra, del tamaño de una luna sobre el agua. Aporto mis presuntos callos, que al final no pasan de potaje de garbanzos y cortamos también una tapita del chorizo y la morcilla recientemente adquiridos. Caigo en la cuenta de que no es necesario tener una unifamiliar de barrio pijo para elegir en qué porche nos colocamos. Así que nos sentamos a la mesa, sin olvidar el vino y la cerveza, y por supuesto la charla agradable con el portador de la motosierra y la compañía del astro sol, que agradecemos.
Adolfo es un profesor de matemáticas que se autodestinó en las profundidades de la sierra con su mujer y sus hijos y que me hace pensar continuamente en el maestro Horacio Quiroga en todos los sentidos, si equiparamos la selva de Misiones a la sierra de Cazalla.
Después del café, llega mi primera experiencia aceitunera. Cogemos los telones, las varas y herramientas de utilidad (maza, cuerdas para sujetar los telones, espuertas...) y nos dedicamos a la actividad de varear los árboles para recoger nuestro trabajo. Siento la necesidad, después de un año sin estar con el maestro canalla, de ganarme el nombre, pues mi mentor aceitunero no deja de llamarme Pedro. Cuando todavía no ha terminado el día, se hace la noche, y no tenemos más remedio que saborear de nuevo el vino vinito vino. La conversación agradable nos acompaña y nuestro anfitrión nos deja solos en el momento en que la luna hace aparición en el cielo del monte.
Dos canallas, rodeadeados de gallinas, gatos y ovejas, se quedan solos conversando con dos mierdas (que son los mismos que los canallas) pero más que la conversación, agradezco la compañía. Gusta siempre tener al lado a una persona que disfruta del placer de estar en un sitio tan apartado sin necesitar nada más, ni siquiera nos esforzamos por destrozar el silencio, pues estas ocasiones se presentan como un grato compañero y nosotros lo acogemos como un tercer confidente callado.
Después de unas partidas de ping pong para sudar lo que no hemos sudado paleando los árboles, preparamos el catre y nos ponemos a cenar. Encendemos la candela, no sin poco esfuerzo, y con ayuda que no vamos a confesar y a dormir se dijo, aunque me cuesta coger el sueño por una serie de factores: el calor de la chimenea influye, pero sobre todo me falta mi Pepi, pues una noche sin ella ya no será lo mismo para el resto de mi vida.

Jueves 13/11/2008

Las ansias de trabajo nos consumen, aunque el madrugazo se hace esperar. El señor misterioso está impaciente por salir a pegar palos pero este que escribe no es capaz de ser persona sin un buen desayuno campero: tostadas con aceite y ajo y un café recién hervido. Todavía quedan árboles por finiquitar, pero el ritmo es bueno. Rafael se desespera si ocupamos mucho tiempo colocando los telones y yo sonrío por dentro viendo su desesperación. Como un macaco de la jungla, es él quien se ofrece para subir a los árboles y atizar a las ramas más altas. Yo, por mi parte, sigo erre que erre dando caña desde el suelo, y a veces cae casi el olivo entero en la lona. No obstante, algo me dice que no estoy golpeando demasiado fuerte, pues el cabrón me sigue llamando Pedro. Me propongo secretamente el reto de ganarme el nombre y renovar el respeto después de lo de Praga y Florencia. El ejercicio es no algo que abunde en mi vida y sé que las agujetas van a llegar, pero estoy feliz y me siento vivo de nuevo por golpear a los árboles, que agradecen la poda agresiva a la que los estamos sometiendo. Deberían convalidar esta actividad como créditos de libre configuración en todos los gimnasios de ciudad y dejarse de pesitas y tonterías con las que todos los niñitos de papá sienten que están haciendo ejercicio. ¡Serán falsos!
(Tfno aludidos: 654885926. Se aceptan mensajes obscenos, pero nunca anónimos).
Al llegar el mediodía, la gárrafa de agua de 5 L. se convierte en una fiel compañera y seguimos dando jarilla a los árboles hasta la hora de la comida, que pueden ser las dos o las tres.









Nos metemos entre pecho y espalda, tras el habitual pique gastronómico, medio kilo de pasta con su medio kilo de tomate y complementos aderezantes varios.


Los gatos nos rondan, y alguno que otro recibe la ira de Rafa, que no parece soportar que ningun felino lo moleste en su momento de recuperar energía. Yo lo dejo hacer, pues me conviene que se canse o tal vez el ansioso que tengo a mi lado no me va a dejar disfrutar del placer cafetero. Aun así, casi no lo hace y me veo obligado a engullir la cafeína como no debe hacerse, sin calma.
Nos ponemos al lío de nuevo e incomprensiblemente interrumpimos la labor sin mucha preocupación pues somos conscientes de que al día siguiente nos quedaremos sin trabajo.
Mi compañero me lleva por el sendero del lago, para ver las ruinas, y el paraíso que contemplo me dice que ha merecido la pena marcarse el paseo. Nos sentamos un rato a contemplar la puesta de sol y a espantar los pájaros a los cazadores, que intentan intimidarnos sin mucho éxito.







La cena caballera se repite, y las partidas de ping pong van subiendo de nivel. Ya no dudo que el mierda me va a terminar ganando, pero todavía me resisto y soy capaz de remontarle un 2-0 con una mezcla de reveses y derechas cortadas y un saque que todavía no es capaz de pillar. El ajedrez, es otra historia. Me destroza partida a partida, aunque consigo salvar una de ellas.
Volvemos a encender la chimenea, con el mismo esfuerzo del día anterior y a dormir, que son dos días. Por la noche, la luna sale más tarde que la noche anterior (una lección más del maestro Quiroga), lo que retarda la llamada del amor, pero es agradable hablar con Pepi a solas pero acompañado de los ruidos de la naturaleza y bajo una luna tan apetecible.
Ya en nuestros lechos, una de cante por carnavales. [Y yo viá'ce y yo viá'ce lo-que-di-ga-mi-mu-jé]. Silvio nos da las buenas noches, y esta vez destrozados por el trabajo lo dejamos solo y nos vamos a dormir sin tapujos, ya que al día siguiente todavía nos queda por apechugar.

Viernes 14/11/2008

Nuestro despertar se convierte en un madrugazo de mierdas, por varios motivos: el frío, que nos despertamos a más de las 9, que cada vez queda menos producto que recoger, pero lo llevamos con filosofía, o al menos eso creo yo, hasta que adivino la frustración de mi acompañante por haberme metido en esa aventurilla y cómo nuestra sed de llevar a cabo una recogida épica en cantidades se está viendo desmontada por la escasez de aceitunas.
Este viaje, no obstante, me reconforta en muchos planos y me viene estupendo desconectar unos días de la rutina del desempleo, que no de mi pepi, queridos lectores, que ya quisiera yo que esa "rutina" me acompañase el resto de mi vida.
















Llega un momento delicado, pues nos quedan unos árboles que vinieron a nacer en terreno empinado, y que no estamos dispuestos a abandonar por la dificultad, pues con frecuencia nos agarramos a ella como si fuera un clavo ardiendo para demostrar no sé qué cosa. La correcta colocación de los telones se hace más vital que nunca, e improvisamos sirviéndonos de ellos una especie de redes de trapecista que no tienen nada que envidiar a las del circo del sol. Nos cuesta mucho más esfuerzo de lo que se preveía, pues el árbol tiene ramas muy bajas, que debemos sortear cada vez que tensamos el telón, pero a su vez tiene ramas muy altas por lo que de uno de los extremos hago un nudo "fácil" en la alambrada, colocada sobre un poyete, que se encuentra alrededor de un metro por encima del terreno mencionado. Quizás sea eso lo que permitió que se produjera el hallazgo del único espárrago que conseguimos ver en Cazalla. A Rafa pareció impresionarle más que a mi, y en ese momento supe que no estaba muy seguro de que todas las esparragueras que le había estado mostrando lo fuesen realmente. Una vez terminado el árbol, Rafa no consigue soltar el nudo, y tengo que ir desde el otro extremo para soltarlo. Intento disimular con mi cara que el nudo es un poco entretenido de soltar, pero el tiempo que tardo me delata. Cosas de canallas. Recogemos las aceitunas, y nos dirigimos a terminar nuestra labor en uno o dos árboles que han quedado en el llano. Ahí ya relajamos la tensión, e incluso nos fotografiamos para que ustedes puedan vernos en acción. No tardamos mucho y nos hacemos con muchas más olivas que en el terreno abrupto. Parecemos aceptar que la recogida ha terminado, con el consuelo, que no es poco, de recoger unas aceitunillas a mano para que mi señor padre las aliñe, de tener la tarde libre para nosotros, de marcarnos una comidita y un café sin prisas y de disfrutar de la última velada de estos dos canallas en este viaje de puercos.
Y así fue. Una vez más, hicimos uso de la hospitalidad de nuestro ausente anfitrión, y nos servimos de los productos de la tierra para preparar un magnífico revuelto con patatas, choricitos, ajos y productos varios. Mientras se preparaba la comida, cortamos una tapita de morcilla, que Rafa tuvo la magistral idea de sacar a la mesa de fuera para degustar cuando la comida estuviese lista. Digo degustar, porque quien se las comió realmente fue el mamón del gato negro que cuando nos despistamos, ni corto ni perezoso, se zampó el plato hasta que lo pudimos salvar, y para entonces, sólo quedaba una mera sobra. De seguro que todo el mundo gatuno ha celebrado esta victoria felina sobre los humanos, y este gato, junto a Isidoro, se ha convertido un un héroe comparable a nuestro Hércules y sus trabajos o al mismísimo Peter Petrelli.
Nos marcamos unas partiditas de ping pong mientras me bebía el café, y ahí se produjo la primera victoria total de Rafa, que por supuesto, se ha encargado de recordarme. No pude resarcirme con una victoria posterior pues nos sorprendió la visita de Adolfo, que agradecimos, esta vez acompañado de una representación familiar: su mujer, Reyes, y la pequeña Estrella.
Aprovechando que aun quedaba algo de sol, salimos a recoger setas y a dar un paseo por la finca. Recogimos también algo de leña, la misma leña que nos llevó días antes a localizar a Adolfo, y pude sentir el orgullo y la felicidad de los dueños de todo aquello de pasear por su propia tierra, que inevitablemente me recordó al orgullo que siente mi progenitor las veces en que hemos paseado por la finca de "La liebre". Si ya Adolfo me había sorprendido, más lo hizo su hija de cuatro años, al declarar que le gustaría aprender a tocar el violín el próximo año. ¡Cuánto bien hace la Arcadia cazallera en las personas, incluso a una personita de tan corta edad!
La noche nos empujó a refugiarnos en la casa, y por analogía nos refugiamos en el vino y en la buena conversación. Yo, por mi parte, que ya de por sí soy reservado en palabras, supe que era más un momento de escuchar y de aprender de nuestros tres visitantes. Mi compañero canalla no fue tan discreto, y la pequeña Estrella le hizo ver que estaba diciendo tonterías y no la dejaba a ella decir sus "dos cosas". Adolfo nos deleitó con sus explicaciones magistrales sobre el funcionamiento de las constelaciones, otro de los muchos temas que domina, y a los dos nos llegó la cotidianeidad con que lo explicaba a Reyes, su mujer, ejemplificando con el objeto más a la mano que tenía, y creando de la nada la constelación "Ping Pong". Toda una lección de pedagogía.
Además, guiados por el trío familiar, entendimos el funcionamiento de un juego que no habíamos conseguido descifrar. Se trata de un juego de tablero en el que un jugador maneja cuatro cabras y el otro una veintena de tigres. Parece ser que es el juego nacional de Nepal, y consiste en conseguir que los tigres se coman cinco cabras antes de que el jugador de las cabras consiga encerrar a los tigres. A mi entender, se trata de una mezcla entre ajedrez, damas y tres en raya.











Al llegar la noche, nos dejaron solos en su propia casa, donde pudimos entregarnos una vez más a la lata de caballas, y como no, al placer del ajedrez. Ya en nuestros catres, tocaba apagar la luz, y cómo no, había que inventar algo para que alguien perdiese y alguien ganase. La cuestión es que teníamos que apagar dos luces, y cada interruptor estaba colocado en un sentido distinto. Decidimos servirnos de un balón con el que tirar a uno de los interruptores, y acordamos que si alguien apagapa una luz, el perdedor se levantaría a apagar la otra. Un servidor no tuvo que levantarse, pero la satisfacción fue para los dos, al dormir una vez más tras haber hecho de una anécdota infantiloide una canallada más.

Sábado 15/11/2008

El sábado nos levantamos más relajados si cabe, recogimos el tinglado de dormir, y nos marcamos el desayuno. Yo había decidido salir antes de comer, para llegar a Jerez a comer con mi pequeña, así que después de unas partidas de ping pong, en que fui nuevamente vapuleado me monté en el Ibiza de la Pepi y Rafa me acompañó hasta la cancela. Desandé sobre ruedas el camino que habíamos recorrido hacía tres días, puse el cuentakilométros a cero y me dispuse a recorrer los 180 Km que me separaban de Jerez a una hora razonable para llegar a la comida, dejando atrás tres días que habían sabido a gloria y en los que esperaba, si no haberme ganado el nombre, al menos el respeto del tío más canalla que conozco. El camino inverso lo estaba haciendo la Braulia. No pude llegar a conocerla, pero le doy las gracias por no haberme cruzado con ella en el carril. Al llegar a Jerez, Pepi me había preparado un festín de bienvenida que no recuerdo si supe agradecer. Estaba de vuelta, y con las pilas cargadas de nuevo para hacer frente al monstruo del desempleo con mucha más energía de la que venía teniendo hasta el momento. Por la noche, cenita en San José del Valle con Pepi, sus colegas profesores y las banderolas de María Auxiliadora y el niño Jesús de Dios, donde sucedieron muchas anécdotas dignas de mención, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otro momento.




lunes, 17 de noviembre de 2008

La frase de la semana

La imaginación consuela a las personas de lo que no pueden ser. El humor los consuela de lo que son.
Winston Churchill

jueves, 6 de noviembre de 2008

La patada al saco

Todas mis pasiones, ilusiones, ansias, aspiraciones de carácter filológico y cultural han estado metidas en un saco durante algún tiempo. Es por eso que quizá no he sido capaz de darle continuidad a este pequeño espacio que me saqué de la manga así como así para después abandonarlo a su suerte como un niño irresponsable a su insulso "tamagochi". Pero aún no es tarde. Le di la vida a este espacio virtual, si me permitís llamarlo así, y no estoy dispuesto a dejarlo morir.
Es por eso que desde hoy me comprometo a darle una patada de cuando en cuando a ese saco que tengo por batiburrillo (y no de nunca en nunca , que hasta ahora venía siendo lo habitual) y como vulgarmente se dice: "avé que sale", porque algo va a salir, no les quepa la menor duda.
Esta semana tengo una recomendación para quienes la acepten, junto a mis disculpas por el silencio: se trata de un escritor que por cronología tal vez podríamos situar como escritor de fin de siglo (XIX, claro) y que en su tiempo fue muy reconocido, pero que aquellos que tienen la batuta del gusto literario decidieron que sólo destacaba por entretener al público con sus cuentos que aportaban una "dudosa calidad literaria". Yo pienso que al Dios Cortázar le bastaría con que un escritor fuera capaz de entretener, así que por mi parte os dejo con Armando Palacio Valdés (1853-1938) y su cuento para mi interesante "El crimen de la calle de la Perseguida". Buen provecho y hasta pronto.

EL CRIMEN DE LA CALLE DE LA PERSEGUIDA

― Aquí donde usted me ve soy un asesino.
― ¿Cómo es eso, don Elías? ―pregunté riendo, mientras le llenaba la copa de cerveza.
Don Elías es el indivíduo más bondadoso, más sufrido y disciplinado con que cuenta el cuerpo de telégrafos; incapaz de declararse en huelga, aunque el director le mande cepillarle los pantalones.
― Sí, señor...; hay circunstancias en la vida...; llega un momento, en que el hombre más pacífico...
― A ver, a ver; cuente usted eso ―dije, picado de curiosidad.
― Fue en el invierno del setenta y ocho. Había quedado excedente por reforma y me fui a vivir a O... con una hija que allí tengo casada. Mi vida era demasiado buena: comer, pasear, dormir. Algunas veces ayudaba a mi yerno, que está empleado en el Ayuntamiento, a copiar las minutas del secretario. Cenábamos invariablemente a las ocho. Después de acostar a mi nieta, que entonces tenía tres años y hoy es una moza gallarda, rubia, metida en carnes, de esas que a usted le gustan (yo bajé los ojos modestamente y bebí un trago de cerveza), me iba a hacer la tertulia a doña Nieves, una señora viuda que vive sola en la calle de la Perseguida, a quien debe mi yerno su empleo. Habita una casa de su propiedad, grande, antigua, de un sólo piso, con portalón oscuro y escalera de piedra. Solía ir también por allá don Gerardo Piquero, que había sido administrador de la Aduana de Puerto Rico y estaba jubilado. Se murió hace dos años el pobre. Iba a las nueve; yo nunca llegaba hasta después de las nueve y media. En cambio, a las diez y media en punto levantaba tiendas, mientras yo acostumbraba a quedarme hasta las once o algo más.
Cierta noche me despedí, como de costumbre, a estas horas. Doña Nieves es muy económica, y se trata a lo pobre, aunque posee hacienda bastante para regalarse y vivir como gran señora. No ponía luz alguna para alumbrar la escalera y el portal. Cuando don Gerardo o yo salíamos, la criada alumbraba con un quinqué de la cocina desde lo alto. En cuanto cerrábamos la puerta del portal, cerraba ella la del piso y nos dejaba casi en tinieblas, porque la luz que entraba de la calle era escasísima.
Al dar el primer paso sentí lo que se llama vulgarmente un cale; esto es, me metieron con un fuerte golpe el sombrero de copa hasta las narices. El miedo me paralizó y me dejé caer contra la pared. Creí escuchar risas, y un poco repuesto del susto me saqué el sombrero.
― ¿Quién va? ―dije, dando a mi voz acento formidable y amenazador.
Nadie respondió. Pasaron por mi imaginación rápidamente varios supuestos. ¿Tratarían de robarme? ¿Querrían algunos pilluelos divertirse a mi costa? ¿Sería algún amigo bromista? Tomé la resolución de salir inmediatamente, porque la puerta estaba libre. Al llegar al medio del portal me dieron un fuerte azote en las nalgas con la palma de la mano, y un grupo de cinco o seis hombres me tapó al mismo tiempo la puesta. ―¡Socorro! ―grité con voz apagada, retrocediendo de nuevo hacia la pared. Los hombres comenzaron a brincar delante de mi, gesticulando de modo extravagante. Mi terror había llegado al colmo.
― ¿Dónde vas a estas horas, ladrón? ―dijo uno de ellos.
― Irá a robar algún muerto. Es el médico ―dijo otro.
Entonces cruzó por mi mente la sospecha de que estaban borrachos, y recobrándome, exclamé con fuerza:
― ¡Fuera, canalla! Dejadme paso o mato a uno.
Al mismo tiempo enarbolé el bastón de hierro que me había regalado un maestro de la fábrica de armas y que acostumbraba a llevar por las noches.
Los hombres, sin hacer caso, siguieron bailando ante mí, y ejecutando los mismos gestos desatinados. Pude observar a la tenue claridad que entraba de la calle que ponían siempre por delante uno como más fuerte o resuelte delante del cual los otros se aguarecían:
― ¡Fuera! ―volví a gritar, haciendo molinete con el bastón.
― ¡Ríndete, perro! ―me respondieron, sin detenerse en su baile fantástico.
Ya no me cupo duda: estaban ebrios. Por esto y porque en sus manos no brillaba arma alguna, me tranquilicé relativamente. Bajé el bastón y procurando dar a mis palabras acento de autoridad, les dije:
― ¡Vaya, vaya; poca guasa! A ver si me dejáis paso.
― ¡Ríndete, perro! ¿Vas a chupar la sangre de los muertos? ¿Vas a cortar alguna pierna? ¡Arrancarle una oreja! ¡Sacarle un ojo! ¡Tirarle por las narices!
Tales fueron las voces que salieron del grupo en contestación a mi requisitoria. Al mismo tiempo, avanzaron más hacia mí. Uno de ellos, no el que venía delante, sino otro, extendió el brazo por encima del hombro del primero y me agarró de las narices y me dio un fuerte tirón, que me hizo lanzar un grito de dolor. Di un salto de través, porque mis espaldas tocaban casi la pared, y logré apartarme un poco de ellos, y alzando el bastón, lo descargué ciego de cólera sobre el que venía delante. Cayó pesadamente al suelo sin decir ¡ay! Los demás huyeron.
Quedé solo y aguardé anhelante que el herido se quejase o se moviese. Nada; ni un gemido, ni el más leve movimiento. Entonces me vino la idea de que pude matarlo. El bastón era realmente pesado, y yo he tenido toda la vida la manía de la gimnasia. Me apresuré, con mano temblorosa, a sacar la caja de cerillas, y encendí un fósforo...
No puedeo describirle lo que en aquel instante pasó por mí. Tendido en el suelo, boca arriba, yacía un hombre muerto. ¡Muerto, sí! Claramente vi pintada la muerte en su rostro pálido. El fósforo me cayó de los dedos y quedé otra vez en tinieblas. No le vi más que un momento; pero la visión fue tan intensa, que ni un pormenor se me escapó. Era corpulento, la barba negra y enmarañada, la nariz grande y aguileña; vestía blusa azul, pantalones de color y alpargatas; en la cabeza llevaba boina negro. Parecía un obrero de la fábrica de armas, un armero, como allí suele decirse.
Puedo afirmarle, sin mentir, que las cosas que pensé en un segundo, allí en la oscuridad, no tendría tiempo a pensarlas ahora en un día entero. Vi con perfecta claridad lo que iba a suceder. La muerte de aquel hombre divulgada en seguida por la ciudad; la Policía echándome mano; la consternación de mi yerno, los desmayos de mi hija, los gritos de mi nietecita; luego la cárcel, el proceso, arrastrándose perezosamente al través de los meses y acaso de los años; la acusación del fiscal llamándome asesino, como siempre acaece en estos casos; la defensa de mi abogado alegando mis honrados antecedentes; luego la sentencia de la Sala, absolviéndome quizá, quizá condenándome a presidio.
De un salto me planté en la calle y corrí hasta la esquina; pero allí me hice cargo de que venía sin sombrero, y me volví. Penetré de nuevo en el portal, con gran repugnancia y miedo. Encendí otro fósforo y eché una mirada oblicua a mi víctima con la esperanza de verle alentar. Nada; allí estaba en el mismo sitio, rígido, amarillo sin una gota de sangre en el rostro, lo cual me hizo pensar que había muerto de conmoción cerebral. Busqué el sombrero, metí por él la mano cerrada para desarrugarlo, me lo puse y salí.
Pero esta vez me guardé de correr. El instinto de conservación se había apoderado de mí por completo, y me sugirió todos los medios de evadir la justicia. Me ceñí a la pared por el lado de la sombra, y haciendo el menor ruido con los pasos, doblé pronto la esquina de la calle de la Perseguida, entré en la de San Joaquín y caminé la vuelta de mi casa. Procuré dar a mis pasos todo el sosiego y compostura posibles. Mas he aquí que en la calle de Altavilla, cuando ya me iba serenando, se acerca de improvido un guardia del Ayuntamiento.
― Don Elías, ¿tendrá usted la bondad de decirme?...
No oí más. El salto que di fue tan grande, que me separé algunas varas del esbirro. Luego, sin mirarle, emprendí una carrera desesperada, loca, al través de las calles. Llegué a las afueras de la ciudad, y allí me detuve jadeante y sudoroso. Acudió a mí la reflexión. ¡Qué barbaridad había hecho! Aquel guardia me conocía. Lo más probable es que viniese a preguntarme algo referente a mi yerno. Mi conducta extravagante le había llenado de asombro. Pensaría que estaba loco; pero a la mañana siguiente, cuando se tuviese noticia del crimen, seguramente concebiría sospechas y daría parte del hecho al juez. Mi sudor se tornó frío de repente.
Caminé aterrado hacia mi casa, y no tardé en llegar a ella. Al entrar se me ocurrió una idea feliz. Fui derecho a mi cuarto, guardé el bastón de hierro en el armario y tomé otro de junco que poseía, y volví a salir. Mi jija acudió a la puerta sorprendida. Inventé una cita con un amigo en el casino, y, efectivamente, me dirigí a paso largo hacia este sitio. Todavía se hallaban reunidos en la sala contigua al billar unos cuantos de los que formaban la tertulia de última hora. Me senté al lado de ellos, aparenté buen humor, estuve jaranero en exceso y procuré por todos los medios que se fijasen en el ligero bastancillo que llevaba en la mano. Lo doblaba hasta convertirlo en un arco, me azotaba los pantalones, lo blandía a guisa de florete, tocaba con él la espada de los tertulios para preguntarles cualquier cosa, lo dejaba caer al suelo. En fin, no quedó nada por hacer.
Cuando al fin la tertulia se deshizo y en la calle me separé de mis compañeros, estaba un poco más sosegado. Pero al llegar a casa y quedarme solo en el cuarto, se apoderó de mi una tristeza mortal. Comprendí que aquella treta no serviría más que para agravar mi situación en caso de que las sospechas recayesen sobre mí. Me desnudé maquinalmente, y permanecí sentado al borde de la cama larguísimo rato, abasorto en mis pensamientos tenebrosos. Al cabo el frío me obligó a acostarme.
No pude cerrar los ojos. Me revolqué mil veces entre las sábanas, presa de fatal desasosiego, de un terror que el silencio y la soledad hacían más cruel. A cada instante esperaba oír aldabonazos en la puerta, y los pasos de la policía en la escalera. Al amanecer, sin embargo, me rindió el sueño; mejor dicho, un pesado letargo, del cual me sacó la voz de mi hija:
― Que ya son las diez, padre. ¡Qué ojeroso está usted! ¿Ha pasado mala noche?
― Al contrario, he dormido divinamente ―me apresuré a responder.
No me fiaba ni de mi hija. Luego añadí, afectando naturalidad:
― ¿Ha venido ya El Eco del Comercio?
― ¡Anda, ya lo creo!
Traémelo.
Aguardé a que mi hija saliese y desdoblé el periódico con mano trémula. Recorrilo todo con ojos ansiosos, sin ver nada. De pronto leí en letras gordas: El crimen de la calle de la Perseguida, y quedé helado por el terror. Me fijé un poco más. Había sido una alucinación. Era un artículo titulado El criterio de los padres de la provincia. Al fin, haciendo un esfuerzo supremo para serenarme, pude leer la sección de gacetillas, donde hallé una que decía:

«SUCESO EXTRAÑO

Los enfermeros del Hospital Provincial tienen la costumbre censurable de servirse de los alienados pacíficos que hay en el manicomio para diferentes comisiones, entre ellas la de transportar los cadáveres a la sala de autopsia. Ayer noche cuatro dementes, desempeñando este servicio, encontraron abierta la puerta del patio que da acceso al parque de San Ildefonso, y se fugaron por ella llevándose el cadáver. Inmediatamente que el señor administrador del hospital tuvo noticia del hecho, despachó varios emisarios en su busca, pero fueron inútiles sus gestiones. A la una de la madrugada se presentaron en el hospital los mismos locos, pero sin el cadáver. Este fue hallado por el sereno de la calle de la Perseguida, en el portal de la señora doña Nieves Menéndez. Rogamos al señor decano del Hospital Provincial que tome medidas para que no se repitan estos hechos escandalosos.»

Dejé caer el periódico de las manos y fui acometido de una risa compulsiva, que degeneró en un ataque de nervios.

― ¿De modo que había usted madado a un muerto?

― Precisamente.








viernes, 8 de agosto de 2008

Comunicado oficial

Tal vez por falta de inspiración, tal vez con la excusa del tiempo, pero simplemente, lo más problable es que haya sido por no tener nada qué decir.
Pero eso ya ha cambiado, y de manera absolutamente oficial me dispongo a haceros partícipes a todos del momento más grande de mi vida.
Esta noticia nos incumbe a servidor y a la Pepi, todos la conocéis: después de casi dos años juntos en una relación inmejorable hemos decidido dar el paso. Llevábamos un tiempo con el gusanillo de compartir una vida juntos. Yo puedo confesar públicamente que desde que la conocí (y eso fue mucho antes de empezar nada con ella) supe que sería la mujer perfecta para decidirse a una aventura de tal calibre por su simpatía, su sinceridad, su corazón y simplemente porque cuando la conocí pensaba que era genial, pero además pensaba que si alguna vez llegábamos a estar juntos seguiría siendo genial, por lo que nunca tuve miedo a empezar nuestra historia de amor.
No me equivoqué, de hecho puedo decir que fue la decisión más acertada de mi vida y estoy seguro de que la que tomamos juntos no será sino un paso más en nuestra aventura.

Bueno, que no os intrigo más. ¡Que me voy a vivir con la Pepi!

Nos vamos a vivir juntos a Jerez, en un piso situado en lo que llaman "la granja vieja". Ahora mismo lo tenemos apalabrado. Esta semana firmamos el contrato de alquiler y el 18 de agosto nos entregan la llave. Se trata de un piso nuevo a estrenar con tres habitaciones, a la entrada de Jerez Norte. Ya sabéis, chicos y chicas, estáis todos invitados, así que esperamos veros pronto por nuestra casa.

Muchos besitos de Pepi y Juan