martes, 18 de noviembre de 2008

Viaje canalla











Miércoles 12/11/2008

La mañana se muestra poblada de niebla, casi salida de un libro de Estéfano Rey, y me dirijo allá donde mi personalidad se hizo fuerte. Allí me voy a encontrar con el puerco más canalla que conozco para compartir con él unos días que tal vez me saquen de la rutina del desempleo. Pero antes, la recogida del título. Me vuelvo a sentir importante y recojo un autógrafo del rey sin esperar colas. Elijo a Don Álvaro para oficializar el evento y realizamos la visita obligada al templo del San Fernando, con los oficiales Gregorio y Luis al frente.
Ahora sí, llega el momento esperado y dos mierdas se encuentran cerca de Plaza de Armas, con los petates listos para cazallear en Canalla de la Sierra. Unos 80 Km nos separan de nuestro destino, y tras unas curvas serpenteantes en una carretera que alguien que no conoce los carriles asfaltados de la Comarca de la Janda considera como malas, llegamos a la sierra norte por un itinerario que nos obliga a atravesar La Rinconada y El Pedroso. Al llegar al pueblo Rafa pega el catazo en casa de Adolfo, hacemos unas tímidas compritas en el Covirán y entonces sí, provistos de una garrafita de vino y chorizo y morcilla del tiempo, nos dirigimos a la finca, donde ya nos han confirmado que se encuentra nuestro anfitrión.
Sin mucho trabajo, ayudados por la memoria de Rafa, tomamos el desvío del Km 9 y nos adentramos en los carriles que nos llevarán a la finca. El mierda que hace de copiloto parece expectante de ver la cara que se le va a quedar al mierda que maneja el volante, y no es para menos, pues el paraje donde aterrizamos se muestra como el Rohan andaluz. La casa está vacía y el run run de la motosierra nos da la pista de dónde puede encontrarse Adolfo, peleándose con la leña. Bajamos a la casa y nos disponemos a degustar una seta de la tierra, del tamaño de una luna sobre el agua. Aporto mis presuntos callos, que al final no pasan de potaje de garbanzos y cortamos también una tapita del chorizo y la morcilla recientemente adquiridos. Caigo en la cuenta de que no es necesario tener una unifamiliar de barrio pijo para elegir en qué porche nos colocamos. Así que nos sentamos a la mesa, sin olvidar el vino y la cerveza, y por supuesto la charla agradable con el portador de la motosierra y la compañía del astro sol, que agradecemos.
Adolfo es un profesor de matemáticas que se autodestinó en las profundidades de la sierra con su mujer y sus hijos y que me hace pensar continuamente en el maestro Horacio Quiroga en todos los sentidos, si equiparamos la selva de Misiones a la sierra de Cazalla.
Después del café, llega mi primera experiencia aceitunera. Cogemos los telones, las varas y herramientas de utilidad (maza, cuerdas para sujetar los telones, espuertas...) y nos dedicamos a la actividad de varear los árboles para recoger nuestro trabajo. Siento la necesidad, después de un año sin estar con el maestro canalla, de ganarme el nombre, pues mi mentor aceitunero no deja de llamarme Pedro. Cuando todavía no ha terminado el día, se hace la noche, y no tenemos más remedio que saborear de nuevo el vino vinito vino. La conversación agradable nos acompaña y nuestro anfitrión nos deja solos en el momento en que la luna hace aparición en el cielo del monte.
Dos canallas, rodeadeados de gallinas, gatos y ovejas, se quedan solos conversando con dos mierdas (que son los mismos que los canallas) pero más que la conversación, agradezco la compañía. Gusta siempre tener al lado a una persona que disfruta del placer de estar en un sitio tan apartado sin necesitar nada más, ni siquiera nos esforzamos por destrozar el silencio, pues estas ocasiones se presentan como un grato compañero y nosotros lo acogemos como un tercer confidente callado.
Después de unas partidas de ping pong para sudar lo que no hemos sudado paleando los árboles, preparamos el catre y nos ponemos a cenar. Encendemos la candela, no sin poco esfuerzo, y con ayuda que no vamos a confesar y a dormir se dijo, aunque me cuesta coger el sueño por una serie de factores: el calor de la chimenea influye, pero sobre todo me falta mi Pepi, pues una noche sin ella ya no será lo mismo para el resto de mi vida.

Jueves 13/11/2008

Las ansias de trabajo nos consumen, aunque el madrugazo se hace esperar. El señor misterioso está impaciente por salir a pegar palos pero este que escribe no es capaz de ser persona sin un buen desayuno campero: tostadas con aceite y ajo y un café recién hervido. Todavía quedan árboles por finiquitar, pero el ritmo es bueno. Rafael se desespera si ocupamos mucho tiempo colocando los telones y yo sonrío por dentro viendo su desesperación. Como un macaco de la jungla, es él quien se ofrece para subir a los árboles y atizar a las ramas más altas. Yo, por mi parte, sigo erre que erre dando caña desde el suelo, y a veces cae casi el olivo entero en la lona. No obstante, algo me dice que no estoy golpeando demasiado fuerte, pues el cabrón me sigue llamando Pedro. Me propongo secretamente el reto de ganarme el nombre y renovar el respeto después de lo de Praga y Florencia. El ejercicio es no algo que abunde en mi vida y sé que las agujetas van a llegar, pero estoy feliz y me siento vivo de nuevo por golpear a los árboles, que agradecen la poda agresiva a la que los estamos sometiendo. Deberían convalidar esta actividad como créditos de libre configuración en todos los gimnasios de ciudad y dejarse de pesitas y tonterías con las que todos los niñitos de papá sienten que están haciendo ejercicio. ¡Serán falsos!
(Tfno aludidos: 654885926. Se aceptan mensajes obscenos, pero nunca anónimos).
Al llegar el mediodía, la gárrafa de agua de 5 L. se convierte en una fiel compañera y seguimos dando jarilla a los árboles hasta la hora de la comida, que pueden ser las dos o las tres.









Nos metemos entre pecho y espalda, tras el habitual pique gastronómico, medio kilo de pasta con su medio kilo de tomate y complementos aderezantes varios.


Los gatos nos rondan, y alguno que otro recibe la ira de Rafa, que no parece soportar que ningun felino lo moleste en su momento de recuperar energía. Yo lo dejo hacer, pues me conviene que se canse o tal vez el ansioso que tengo a mi lado no me va a dejar disfrutar del placer cafetero. Aun así, casi no lo hace y me veo obligado a engullir la cafeína como no debe hacerse, sin calma.
Nos ponemos al lío de nuevo e incomprensiblemente interrumpimos la labor sin mucha preocupación pues somos conscientes de que al día siguiente nos quedaremos sin trabajo.
Mi compañero me lleva por el sendero del lago, para ver las ruinas, y el paraíso que contemplo me dice que ha merecido la pena marcarse el paseo. Nos sentamos un rato a contemplar la puesta de sol y a espantar los pájaros a los cazadores, que intentan intimidarnos sin mucho éxito.







La cena caballera se repite, y las partidas de ping pong van subiendo de nivel. Ya no dudo que el mierda me va a terminar ganando, pero todavía me resisto y soy capaz de remontarle un 2-0 con una mezcla de reveses y derechas cortadas y un saque que todavía no es capaz de pillar. El ajedrez, es otra historia. Me destroza partida a partida, aunque consigo salvar una de ellas.
Volvemos a encender la chimenea, con el mismo esfuerzo del día anterior y a dormir, que son dos días. Por la noche, la luna sale más tarde que la noche anterior (una lección más del maestro Quiroga), lo que retarda la llamada del amor, pero es agradable hablar con Pepi a solas pero acompañado de los ruidos de la naturaleza y bajo una luna tan apetecible.
Ya en nuestros lechos, una de cante por carnavales. [Y yo viá'ce y yo viá'ce lo-que-di-ga-mi-mu-jé]. Silvio nos da las buenas noches, y esta vez destrozados por el trabajo lo dejamos solo y nos vamos a dormir sin tapujos, ya que al día siguiente todavía nos queda por apechugar.

Viernes 14/11/2008

Nuestro despertar se convierte en un madrugazo de mierdas, por varios motivos: el frío, que nos despertamos a más de las 9, que cada vez queda menos producto que recoger, pero lo llevamos con filosofía, o al menos eso creo yo, hasta que adivino la frustración de mi acompañante por haberme metido en esa aventurilla y cómo nuestra sed de llevar a cabo una recogida épica en cantidades se está viendo desmontada por la escasez de aceitunas.
Este viaje, no obstante, me reconforta en muchos planos y me viene estupendo desconectar unos días de la rutina del desempleo, que no de mi pepi, queridos lectores, que ya quisiera yo que esa "rutina" me acompañase el resto de mi vida.
















Llega un momento delicado, pues nos quedan unos árboles que vinieron a nacer en terreno empinado, y que no estamos dispuestos a abandonar por la dificultad, pues con frecuencia nos agarramos a ella como si fuera un clavo ardiendo para demostrar no sé qué cosa. La correcta colocación de los telones se hace más vital que nunca, e improvisamos sirviéndonos de ellos una especie de redes de trapecista que no tienen nada que envidiar a las del circo del sol. Nos cuesta mucho más esfuerzo de lo que se preveía, pues el árbol tiene ramas muy bajas, que debemos sortear cada vez que tensamos el telón, pero a su vez tiene ramas muy altas por lo que de uno de los extremos hago un nudo "fácil" en la alambrada, colocada sobre un poyete, que se encuentra alrededor de un metro por encima del terreno mencionado. Quizás sea eso lo que permitió que se produjera el hallazgo del único espárrago que conseguimos ver en Cazalla. A Rafa pareció impresionarle más que a mi, y en ese momento supe que no estaba muy seguro de que todas las esparragueras que le había estado mostrando lo fuesen realmente. Una vez terminado el árbol, Rafa no consigue soltar el nudo, y tengo que ir desde el otro extremo para soltarlo. Intento disimular con mi cara que el nudo es un poco entretenido de soltar, pero el tiempo que tardo me delata. Cosas de canallas. Recogemos las aceitunas, y nos dirigimos a terminar nuestra labor en uno o dos árboles que han quedado en el llano. Ahí ya relajamos la tensión, e incluso nos fotografiamos para que ustedes puedan vernos en acción. No tardamos mucho y nos hacemos con muchas más olivas que en el terreno abrupto. Parecemos aceptar que la recogida ha terminado, con el consuelo, que no es poco, de recoger unas aceitunillas a mano para que mi señor padre las aliñe, de tener la tarde libre para nosotros, de marcarnos una comidita y un café sin prisas y de disfrutar de la última velada de estos dos canallas en este viaje de puercos.
Y así fue. Una vez más, hicimos uso de la hospitalidad de nuestro ausente anfitrión, y nos servimos de los productos de la tierra para preparar un magnífico revuelto con patatas, choricitos, ajos y productos varios. Mientras se preparaba la comida, cortamos una tapita de morcilla, que Rafa tuvo la magistral idea de sacar a la mesa de fuera para degustar cuando la comida estuviese lista. Digo degustar, porque quien se las comió realmente fue el mamón del gato negro que cuando nos despistamos, ni corto ni perezoso, se zampó el plato hasta que lo pudimos salvar, y para entonces, sólo quedaba una mera sobra. De seguro que todo el mundo gatuno ha celebrado esta victoria felina sobre los humanos, y este gato, junto a Isidoro, se ha convertido un un héroe comparable a nuestro Hércules y sus trabajos o al mismísimo Peter Petrelli.
Nos marcamos unas partiditas de ping pong mientras me bebía el café, y ahí se produjo la primera victoria total de Rafa, que por supuesto, se ha encargado de recordarme. No pude resarcirme con una victoria posterior pues nos sorprendió la visita de Adolfo, que agradecimos, esta vez acompañado de una representación familiar: su mujer, Reyes, y la pequeña Estrella.
Aprovechando que aun quedaba algo de sol, salimos a recoger setas y a dar un paseo por la finca. Recogimos también algo de leña, la misma leña que nos llevó días antes a localizar a Adolfo, y pude sentir el orgullo y la felicidad de los dueños de todo aquello de pasear por su propia tierra, que inevitablemente me recordó al orgullo que siente mi progenitor las veces en que hemos paseado por la finca de "La liebre". Si ya Adolfo me había sorprendido, más lo hizo su hija de cuatro años, al declarar que le gustaría aprender a tocar el violín el próximo año. ¡Cuánto bien hace la Arcadia cazallera en las personas, incluso a una personita de tan corta edad!
La noche nos empujó a refugiarnos en la casa, y por analogía nos refugiamos en el vino y en la buena conversación. Yo, por mi parte, que ya de por sí soy reservado en palabras, supe que era más un momento de escuchar y de aprender de nuestros tres visitantes. Mi compañero canalla no fue tan discreto, y la pequeña Estrella le hizo ver que estaba diciendo tonterías y no la dejaba a ella decir sus "dos cosas". Adolfo nos deleitó con sus explicaciones magistrales sobre el funcionamiento de las constelaciones, otro de los muchos temas que domina, y a los dos nos llegó la cotidianeidad con que lo explicaba a Reyes, su mujer, ejemplificando con el objeto más a la mano que tenía, y creando de la nada la constelación "Ping Pong". Toda una lección de pedagogía.
Además, guiados por el trío familiar, entendimos el funcionamiento de un juego que no habíamos conseguido descifrar. Se trata de un juego de tablero en el que un jugador maneja cuatro cabras y el otro una veintena de tigres. Parece ser que es el juego nacional de Nepal, y consiste en conseguir que los tigres se coman cinco cabras antes de que el jugador de las cabras consiga encerrar a los tigres. A mi entender, se trata de una mezcla entre ajedrez, damas y tres en raya.











Al llegar la noche, nos dejaron solos en su propia casa, donde pudimos entregarnos una vez más a la lata de caballas, y como no, al placer del ajedrez. Ya en nuestros catres, tocaba apagar la luz, y cómo no, había que inventar algo para que alguien perdiese y alguien ganase. La cuestión es que teníamos que apagar dos luces, y cada interruptor estaba colocado en un sentido distinto. Decidimos servirnos de un balón con el que tirar a uno de los interruptores, y acordamos que si alguien apagapa una luz, el perdedor se levantaría a apagar la otra. Un servidor no tuvo que levantarse, pero la satisfacción fue para los dos, al dormir una vez más tras haber hecho de una anécdota infantiloide una canallada más.

Sábado 15/11/2008

El sábado nos levantamos más relajados si cabe, recogimos el tinglado de dormir, y nos marcamos el desayuno. Yo había decidido salir antes de comer, para llegar a Jerez a comer con mi pequeña, así que después de unas partidas de ping pong, en que fui nuevamente vapuleado me monté en el Ibiza de la Pepi y Rafa me acompañó hasta la cancela. Desandé sobre ruedas el camino que habíamos recorrido hacía tres días, puse el cuentakilométros a cero y me dispuse a recorrer los 180 Km que me separaban de Jerez a una hora razonable para llegar a la comida, dejando atrás tres días que habían sabido a gloria y en los que esperaba, si no haberme ganado el nombre, al menos el respeto del tío más canalla que conozco. El camino inverso lo estaba haciendo la Braulia. No pude llegar a conocerla, pero le doy las gracias por no haberme cruzado con ella en el carril. Al llegar a Jerez, Pepi me había preparado un festín de bienvenida que no recuerdo si supe agradecer. Estaba de vuelta, y con las pilas cargadas de nuevo para hacer frente al monstruo del desempleo con mucha más energía de la que venía teniendo hasta el momento. Por la noche, cenita en San José del Valle con Pepi, sus colegas profesores y las banderolas de María Auxiliadora y el niño Jesús de Dios, donde sucedieron muchas anécdotas dignas de mención, pero esa es otra historia y deberá ser contada en otro momento.




1 comentario:

valero cortadura dijo...

Juanín¡¡¡ ya veo que sigues sin sentimiento¡¡¡¡

Todo lo que sufrimos por la puta cartulina esa¡¡