sábado, 13 de diciembre de 2008

Poesía, tapitas y tequilas

Seis y cuarto de la tarde. Suena el teléfono de Pepi y resulta ser Violeta, que ha quedado con ella un cuarto de hora después. Por fin una amiga de la Pepi es puntual, aunque es posible que sea una excepción que confirme la regla. Quedo encargado de dar los últimos retoques al piso, pues vamos a recibir visita. A las seis y media suena el portero, y son Estrella, Macu y la Chiqui, acompañada de una caja de langostinos bigotudos que agradezco a mi cuñada, quien humildemente me aclara que son cortesía de mamá Gil. Ahora sí que estoy sorprendido (no por la caja de langostinos, que también, sino sobretodo por la puntualidad de las niñas ―Mario me entenderá―): tenían que llegar antes de las siete y llegan media hora antes. Eso sí, Estrella me da dos besos y me dice:
― Juan, pon de merendar.
Yo acato y me pongo manos a la obra. La confianza da asco, desde luego. La merienda de Estrella se ve interrumpida por una llamada de Lola y al terminar recrimina a la Mary que se haya comido todo el chorizo, a lo que mi cuñada pequeña responde:
― ¡Ni que me lo hubiera comido yo todo!

Lo cierto es que tras sondearnos los unos a los otros parece que sí se lo había comido ella todo, pero no te preocupes Chiky que nosotros no te lo tenemos en cuenta. Bueno, Estrella por la cara que puso, a lo mejor sí.
Pedro, para más sorpresa, llega después de las siete. El mundo al revés.
Tras maquillajes varios, cómo me queda esto, préstame aquello que voy muy informal, conseguimos salir dirección a la calle Porvera, para asistir a mi primer eventito cultural jerezano, (como no podía ser menos, capitaneado por Don Pedro). Se trata de la recital de poesía/presentación del libro Los poemas del Rey David, de José Pérez Olivares, compañero de Pedro en la editorial Renacimiento.
Los poemas son una metáfora de las etapas de la vida de cualquier hombre, según nos cuentan, por lo que el Rey David vendríamos a ser cada uno de nosotros, con nuestro logros, errores, penas y alegrías. Tiene una fuerte carga bíblica, totalmente natural al haber elegido Pérez Olivares para contar las distintas fases de su vida al sabio de Israel.
Vuelvo a sentir el placer de escuchar a un poeta en un edificio de muros altos, con la vista puesta en la cúpula enpedrada y oyendo versos, uno detrás de otro, percibiendo cómo se pierden en la atmósfera que nace y muere en este tipo de lugares, que son empujados a la fuerza hacia la misma solemnidad de la Poesía.








Tras el recital, como se acostumbra en este tipo de actos, y tratándose de una tierra tan prolífica en producotos uvícolas, hay vinito de cortesía, a elegir entre oloroso, fino y algún otro que mi mente no se preocupó de retener. Frutos secos, patatas fritas y conversaciones de todo tipo, desde la mía, Pedro y el señor poeta, hasta otra más censurable que no andaba lejos de allí, protagonizada por Pepi y Violeta. Los rostros de Pedro, de la Chiky y de servidor empiezan a encenderse con el oloroso y poco a poco sentimos la necesidad de salir de allí para no quedar enterrados entre aquellos muros con las 12 botellas que restan por beberse, según nos dijeron.








Nos vamos a La Moderna (tras la parada de las más navideñas del grupo en el belén, con la Pepi retando al frío que le caracteriza), y no tenemos otra que colocarnos en dos sitios diferentes. Por un lado, el trío formado por Pepi, Pedro y yo; y por otro, Estrella, la Chiky y Macu. El bar está petadísimo, y nos disponemos a saborear los manjares jerezanos, vigilados de cerca por ese hombre ébrio al que nadie quería en su mesa. Lola y Ana se unen a la fiesta, y llega el momento de salir de allí y mover un poco los esqueletos.
A la salida me encuentro con Tamara, compañera de trabajo, lo que me hace pensar que estoy empezando a ser más de aquí, de Jerez, pues conocer a personas por la calle en una ciudad es síntoma inequívoco para que ese sitio se convierta en algo más que un lugar de paso.
Entre Bereber y La Thipica, sale ganando la de siempre, sin sospechar que me voy a encontrar con media plantilla de Qualytel, de cena de Navidad. De nuevo nos repartimos entre los vehículos disponibles, tres en este caso, y nos dirigimos a la Avenida a la que da nombre La faraona, (si me queréis, dirse) para entrar en La Thipica.
Llegamos por separado a remojar nuestros paladares y a brincar como cosacos, y aún se podía estar en la planta baja. Nos pedimos licores varios: cervezas unos, amareto otra, cubalibres otras y que siga la diversión noctámbula.

Estrella y Macu hicieron amigos y el resto andábamos contentos y felices con lo que teníamos a nuestro alrededor.

En ese momento Pedro y servidor nos desmarcamos y nos subimos a la planta de arriba, que estaba ocupada por mis antiguos compis de qualytel. Pedro mareaba a la camarara: que si ponme un amareto, que si no me lo pongas que después te lo pido. Vooooooooooooll Daaaaaaaaaaamm y vino a nuestro encuentro parte de la representación femenina: la Pepi, Violeta y la Chiky.

A Pedro y a mí nos divertía acompañar nuestras cervezas con el más cinéfilo grito vikingo: ¡Odiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin! y yo incluso sentía en mi interior los clamores de las trompetas corneadas.
Después se incorporó Lola y tuvimos que cerrar el círculo varias veces para espantar a los moscardones de la zona. Pedro y yo nos atrevimos con el tequila: primero la sal, luego el contenido del continente y por último el limoncito. El estilo de bailarín del Pedro pareció impresionar a la Pepi y las canciones de siempre nos hicieron disfrutar de lo lindo. ¡Chiquillaaaaaaaaaaaaaaaaaa!

Violeta protagonizó un encontronazo con uno de los moscardones citados, y aún está por determinar quien se llevó la peor parte del cabezazo. Al final Estrella levantó la bandera de retirada y nos fuimos todos por donde habíamos venido.
Ya en el piso, no podía faltar el picoteo presueño: quesito, chorizo, mortadela, y una cervecita para rematar la noche. Para que el final de la noche fuese tan bohemio como el principio, el Sr Gozalbes y el Sr Sánchez se fumaron la pipa de la paz para sellar una noche cuyos manjares habían sabido a el ansiado néctar de los mismísimos dioses del Olimpo.

















A esas alturas, Pedro se dejaba fotografiar dormido y esa fue la señal que necesitábamos para saber que teníamos todos que irnos a dormir (Pietro, tu sei molto gay).

Por la mañana, todavía había una dura prueba que superar: la comilona que teníamos preparada la Pepi y yo: pucherito con fideos, tapitas, langostinos y dos chuletas de cabeza con su cebolla y con sus ingredientes varios. Poco después, cafe con chocolate. Como era de esperar sobró, y ya empezaba a hacerse tarde, por lo que era más de esperar que el Pedro mostrara su cara de agobio de tengo que terminar 3 correcciones, recoger la bici, llamar por teléfono... Uno partió para Sevilla, otras para Paterna, no sin antes dejar ocupada una parte del piso con toallas o mantas en lo que era más que una amenaza de volver pronto. Pues cuando queráis, que tanto Pepi como yo agradecemos las visitas de nuestros queridos, lo cual es señal de que no estamos solos y que compartimos nuestra vida con todos vosotros.


























¡Hasta la próximaaaaaaa!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué fuerte, Pedro! No te hacía yo por esos ambientes, bebiendo cerveza, en saliditas nocturnas y fumando en pipa!

La próxima vez que te vea te diré quien soy.

Saludos al autor del blog que no conozco pero que me parece un friki de mucho cuidado

valero cortadura dijo...

Buena comilona pisha¡¡¡ pero ahí falta aquel embutido majestuoso que trajiste alguna vez a Sevilla ¿cómo se llamaba aquella ambrosia sólo digna de dioses paterneros?